Espada Negra: juego de rol
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Partida de Espada Negra: El guía en La Goblinera
18-1-2014 13:56
A continuación se relatan los hechos narrados en La Goblinera en la primera luna del año dos mil catorce del calendario gregoriano, según lo cuentan algunos pobladores del desierto harrassiano.

Ojo: este relato te va a destripar un posible desenlace de la aventura El Guía, publicada en el primer número del fanzine Crónicas Salvajes. Si vas a jugarla, mejor será que no sigas leyendo.


EL GUÍA

-Dicen que una vez vinieron extranjeros.
-¿Extranjeros?
-Si, pero no eran extranjeros comunes...
-¿Y venían a matarnos?
-Escucha. Como decía, en esta ocasión no eran extranjeros normales. Aunque venían guiados por un yadru, como en otras historias que os he contado. Un desertor de nuestro pueblo, maldito por la diosa y que tantas veces han traido la muerte a los que no tenemos miedo de vivir bajo el sol y las estrellas.

Acechaban en la oscuridad. A uno de ellos lo encontraron husmeando entre nuestras tiendas, y lo llevaron ante Hedra. Pero él lo acogió y permitió que pasara la noche con nosotros, aunque sabíamos que había más en los alrededores.

Con el sol llegaron más. Aunque hablaron en lugar de usar sus lanzas y espadas, se notaba que no venían solamente de paso. Querían algo que nuestro pueblo tenía. Pero Hedra los acogió y habló con todos ellos. Dicen que él sabía que llegarían, que les esperaba para terminar con su maldición, de una forma u otra. Se rumoreaba que las hienas de la diosa los habían atacado antes de llegar hasta nosotros, se diría que ella no quería que estuvieran aquí. Es verdad que durante la noche se oyeron sus lejanas risas, y que estos extranjeros tenían heridas y desgarrones en sus ropas y petos de cuero.

Después supimos que habían venido a matar a Hedra, a acabar con el hombre que nos guiaba con sabiduría y que nos había permitido sobrevivir gracias a los víveres de caravanas de extranjeros, y hacer que no nos encontraran. Que había guiado a nuestros guerreros y a nuestros niños, que nos había enseñado tantas cosas, y nos hacía sentir tan cerca de la diosa. Y el yadru les había traído hasta aquí, ¿cómo se puede traicionar de esa forma a tu gente?

Pese a todo, Hedra llegó a un acuerdo con ellos. De alguna forma los convenció para que no le mataran, sino que además le acompañaran a enfrentarse a su maldición, la de las hienas que le atormentaban en sus sueños, y que estaban acabando con él poco a poco.

A la mañana siguiente, Hedra y casi todos nuestros guerreros se marchaban junto a los extranjeros. Él habló con cada uno de nosotros, se despidió cogiendo nuestras manos en las suyas, tranquilo porque había llegado el momento de enfrentarse al enigma que la diosa tenía para él.

Durante varios días caminaron por las dunas, en dirección al dolmen de la montaña roja. Iban a enfrentarse a las hienas de la diosa, un gran número de ellas. Pero el corazón de nuestros guerreros estaba preparado, y sus manos sujetaban las lanzas con firmeza. Ellos y los extranjeros llegaron al dolmen en lo alto de la montaña, y rápidamente se pusieron en círculo porque las hienas de la diosa se lanzaron sobre ellos nada más llegar. Eran muchas, y comieron los brazos, piernas y las tripas de muchos de nuestros jóvenes. Pero Hedra, los guerreros y los extranjeros lucharon con valor, y mataron a todas las hienas. Dicen que ninguna de ellas huyó, ni siquiera dio un paso atrás la última que quedaba, que se intentaba abalanzar sobre Hedra.

Los gritos y las risas cesaron. Había caído el sol, y su última luz teñía todo el cielo de rojo. Cielo, tierra y sangre. Hedra preguntó a la diosa. Le preguntó por qué.

Entonces, de un montón de cadáveres de hienas que habían caído juntas, se alzó un imponente hombre tan alto como dos, que encaró a Hedra. Era una hiena y un hombre a la vez, y dijo llamarse Adruo, y ser un servidor de la diosa y estar maldito a la vez. Dijo que era él quien enviaba los sueños de las hienas a Hedra, y que estaba aquí para devorarlo, a él y a su pueblo.

Los pocos guerreros que todavía vivían casi no podían tenerse en pie. Adruo se abalanzó sobre Hedra, que sin embargo no tenía miedo, cubierto de sangre y agotado como estaba por la anterior lucha. Se le veía en paz, aunque sabía que iba a morir, lo iba a hacer tranquilo, sabiendo que no estaba a mal con la diosa, sino que era este enloquecido Adruo la causa de su maldición. Uno de los extrajeros se interpuso, y con él se unió otro, y otro. Estaban heridos, y algunos de ellos no aguantaron los primeros zarpazos de Adruo. Pero defendieron a Hedra, lucharon juntos, y le hicieron caer.

Hedra caminó al día siguiente hacia su destino, la paz del desierto. Ya no tenía ninguna deuda con la diosa, su pueblo, ni los extranjeros, cualquiera que esta fuera.

Unos pocos de nuestros guerreros, junto a los extranjeros y el yadru, todos heridos, volvieron a lo alto de los riscos en el mar de arena, donde vivíamos.

Merco, el yadru, murió de sus heridas a los pocos días.

Una extranjera que ni siquiera era harrassiana, sino de más lejos según contaban, estuvo muy cerca de irse, pero al final sus heridas curaron.

Los extranjeros marcharon cuando estuvieron recuperados, a todos ellos la diosa les permitió seguir con sus vidas allí donde las tuvieran, en el lugar que llaman Harrassia o más lejos, si es que hay algo más allá.

Hubo un extranjero que no se marchó. Creo que no tenía nada ni nadie que le esperara, y que algo de lo que había sucedido le cambió. Se quedó con nosotros, ¿sabéis? Se llamaba Kufa.


-Cuento de tradición oral, tantas veces contado bajo las estrellas por pobladores de tribus en el inmenso desierto.