Hermanos Juramentados de la Espada Negra
La muerte de mi madre, como yo la viví
11-12-2019 16:19
Por Verion
Lo saben ya casi todas mis personas cercanas, pero quiero que lo sepa todo el que lea este lugar. Creo que es bueno para mí escribir sobre el asunto, pero creo también que es bueno para los demás porque mi madre era una mujer que, en mi opinión, tendría mucho que enseñar.

En este momento debo señalar que este artículo se va a dividir en tres, uno sobre la muerte, otro sobre la enfermedad y otro sobre la vida de Paloma Frías (mi madre). He elegido este orden particular porque no quiero dejar con muy mal sabor de boca al lector. Va a tener ciertas dificultades, pero espero que mi experiencia como escritor me permita compartir todo lo que pretendo de una forma comprensible.

También es importante señalar que he elegido no escribir nada en el blog durante este periodo porque veía muy posible que tuviera que ayudar a morir a mi madre, y eso en el estado español tal acto es un homicidio del que no querría dejar pruebas. Ahora a toro pasado ya puedo ser bastante literal, circunstancia que quiero aprovechar para señalar como culpable a este país al que personalmente desprecio profundamente por haber obligado a mi madre a vivir con sufrimiento cuando ella no quería. ¡Os odio más, miserables cabrones del congreso! ¡Se nota que no tenéis madre sino que fuisteis engendrados de carne putrefacta sin sentimientos!

Y como tercera cuestión antes de entrar definitivamente en el asunto, quiero dejar claro que no voy a ser muy preciso en las fechas ni en los nombres, porque esto no pretende ser una entrada de la wikipedia y porque no tengo el permiso de todos los que podría mencionar.

Hace cosa de un mes fui consciente de que mi madre no respiraba bien. Ella se había levantado muy temprano y había hecho algunas tareas del hogar -no era necesario, pero le gustaba sentirse útil y autónoma-, y agotada por el esfuerzo se había ido a dormir. Entonces percibí que tomaba unas respiraciones muy breves.

Elegí llevarla a urgencias, y aunque planteó cierta resistencia, yo fui un poco insistente y la convencí sin obligarla. Y aunque –como se demostró poco después- yo estaba acertado, tampoco era una urgencia inmediata. No fue en ningún caso una carrera contra reloj, sino que pude conducir con completa seguridad, y no muy tarde estuvo en uno de esos incómodos “box” en una sala bastante llena. A ella no le disgustó porque tenía un pared y eso le dotaba de un mínimo de intimidad donde podía haber un familiar. En esta atribución nos turnábamos mi hermana y yo, si bien era yo quien atendía cuando acudía un médico, porque conocía mejor la enfermedad de mi madre, y porque sabía en qué había que hacer hincacpié.

Particularmente fui insistente con el oncólogo de urgencias porque sentí que se guardaba alguna información. Se trataba de un profesional joven que entendía que urgencias no era el mejor lugar para dar noticias terminales, pero mi madre quería saberlo, y yo era muy consciente, así que insistí en que nos diera el resultado de las pruebas que estaban pendientes, y estas eran definitivas: su cáncer se había extendido a los pulmones y ya no tenía solución.
Elegimos que pasara al menos un tiempo más en casa, y para facilitar esta situación le dieron algunos medicamentos que le permitieran sobrellevar el terrible cansancio que le impedía hacer cualquier cosa. Gracias a esto y a su increíble presencia de ánimo, mi madre pudo contar con unos cuantos días en los que dejar varios asuntos cerrados, y por su propia iniciativa y voluntad acudimos al banco, fuimos al notario a hacer testamento, y pudo hacer estas tareas con completa consciencia y sin ayuda externa. Quiero pensar que en cierto sentido fueron unos días buenos para ella.

Pero la sombría realidad era que cada día sería peor que el anterior, y este hecho asustaba mucho a mi madre quien ya estaba invirtiendo mucho tiempo en pensar cómo acabar con su vida. Yo le dije que confiara en los médicos, que le darían opciones, y en mí mismo porque yo le ayudaría a ejecutar su voluntad a despecho de todas las consecuencias. Es el deber de un hijo, y sigo pensando idénticamente.

A mediados de esa semana tuvimos una última reunión con sus oncólogas, quienes le ofrecieron un tratamiento que le ofrecía poco tiempo y aún más cansancio. Ella les dijo con su acostumbrado aplomo que se dejaran de tonterías, que sabía que se iba a morir y que pasaba de toda esa mierda.

Me encantó la cara que iban poniendo sus oncólogas, que era la que había puesto su banquera, su notario, su agente social y muchas otras personas. Todos se quedaban anonadados de que hablara de su muerte como quien habla de que tiene que poner una colada. Supongo que era muy chocante, pero es que ellos no sabían que mi madre era una persona extremadamente dura y obsesivamente ordenada (cosa de la que ya hablaré en los otros dos artículos).

Recuerdo mucho ese día porque fuimos a recoger a Vorvek al aeropuerto. Había programado ese fin de semana muchos meses atrás para ir al concierto de Amon Amarth, y mi madre insistió mucho en que no cambiásemos nuestros planes. En cualquier caso Vorvek ya tenía los billetes del avión, así que aunque no fueramos al concierto, su presencia nos resultaría positiva.

El sábado del concierto mi madre había organizado una comida con sus hermanos en un restaurante de Aranjuez que le gustaba mucho. A mí me asustaba un poco la distancia porque una hora y pico de viaje sería cansada para mi madre, por lo que conduje un poco rápidamente -siempre seguro, aunque fuera de la ley-, y pudo pasar un razonable buen rato con su familia. Al regreso estaba -como era de esperar- agotada y pasó dormidita casi todo el viaje.

Y esa noche pude ir al concierto de Amon Amarth. Me quité la camiseta, grité y me metí en todos los pogos. Me golpearon en los brazos, en las costillas y en la boca, y hasta me quemaron, pero ciertamente logré distraerme de la realidad en la que vivía. Esto os lo debo a todos los que estuvisteis conmigo.

La semana entrante siguió la ruta esperable en la que cada día estaba un poco peor que el anterior. Era evidente que el cansancio le afectaba mucho al ánimo que se preparaba mentalmente para su muerte, siempre con el temor del dolor. Particularmente el mismo lunes me refirió que se encontraba fatal, y muy preocupado llamé a oncología para que aceleraran las cosas. Un día después los médicos de paliativos acudieron al domicilio y acreditaron que estaba en un estado suficientemente jodido como para ser internada en un centro de paliativos, cosa a la que accedió inmediatamente.

Yo no manifesté mi opinión en ningún momento. Le habría limpiado el culo las veces que fuese necesario para que muriera tranquilamente en su casa, la que habá cuidado durante 35 años. Pero más allá del desasosiego que me produjera que muriera triste y confundida, tenía la certeza de que ya sería mucho más difícil que la ayudara a morir, bajo el control de médicos profesionales. Este temor sí que se lo expresé, pues estaba en completa posesión de sus facultades mentales, y tras valorarlo decidió internarse igualmente.

Aunque pude haberla llevado perfectamente en coche, el sistema establece que debe ser transportada en ambulancia. En este caso la acompañó mi hermana mientras yo los seguía con Celia en el vehículo familiar. Fue en este momento cuando perdí la compostura por primera vez: la certeza de que mi madre abandonaba el hogar en el que tanto de sí misma había imbricado, para no volver me despertó un llanto casi incontrolable. Supongo que es uno de mis muchos puntos débiles.

Desde la retrospectiva era un sentir sin motivación. Mi hermana le había preguntado durante el viaje si no le daba pena abandonar el hogar, y ella le dijo que no, que ya estaba muy distanciada de todo, y era normal porque se estaba tomando muy en serio la última tarea que le quedaba pendiente: morirse.

Además, el centro paliativo no fue para nada lo que ninguno esperábamos, y pudo desplegar su abundante personalidad en su cómoda y amplia habitación. “Quítate las botas para entrar ahí”, “Quita esa bolsa, hace feísimo”, “Cierra las puertas del armario, no aguanto un armario abierto”, “Odio el caos y la suciedad”, me dijo docenas de veces en los días venideros, y cada vez que me increpó me sentí un poco confortado porque sentía que por enferma que estuviera, seguía siendo mi madre.

Como ya he dicho, el centro de paliativos no era como esperaba. Las habitaciones eran preciosas y estaban decoradas temáticamente siguiendo la lógica del ancho pasillo que las unía. En estos pasillos había sillas y mesas y podías estar tranquilamente con los familiares mientras que respetaras las normas del lugar, que en realidad se resumían en dos principios muy elementales: (1) respetar a los enfermos y (2) respetar las instalaciones. A mi madre le gustaron las normas originales y mi resumen, porque era una persona muy ordenada, y se esforzó en que sus visitantes las cumplieran.

Había muchas otras cosas en el centro de paliativos. Una sala de familiares que inundamos la noche de su muerte, un precioso salón con una tele enorme donde vi con ella un precioso programa sobre el museo del prado (era parte de una saga, me los esruvo contando), una capilla (esta no nos interesaba porque mi madre es atea, pero yo sí entre por si acaso existe el de arriba), una sala de intimidad (me contaron que había dos sillas y un paquete de cleanex a los que mi madre llamaba moqueros) un piano en el que se daban ocasionalmente conciertos, y muchas otras cosas que supongo que no conocí.

En este centro mi madre hizo su última amiga, porque por si no lo he dicho, mi madre era una persona muy sociable que escuchaba bien a los desconocidos (y muy rápidamente dejaban de serlo). Se trataba de una joven de 44 años que, como ella, no estaba muy lejos de su muerte. Esta joven tenía un hamster que no daba vueltas en la rueda, ocasión que aproveché para leerle la letra de “tu hamster”, del Reno Renardo. No podía cantársela porque la música le despertaba crisis y porque tampoco es que yo cante muy bien, pero los tres nos reímos un poco.

Para mí lo peor del centro era la noche. Podría haberme puesto tapones de oídos, pero, ¿entonces de qué utilidad le habría sido a mi madre? Ninguna de esas noches alcancé un descanso decente. Todo el rato me despertaba la respiración insuficiente y ruidosa de mi madre, y cuando no era eso, eran gritos, o algún golpe, o algún “socorro”. No es que fuera algo que parezca un psiquiátrico de terror, pero sí me impedía descansar.

En cualquier caso yo no estaba todas las noches en el centro de paliativos, sino que me turnaba con mi hermana. Una mañana me desperté en casa y fui consciente de que no tenía que ir a ver si mi madre necesitaba algo. Me di cuenta de que llevaba muchos meses despertando así, desde el comienzo de su tratamiento, y de que estaba algo cansado, pero en ese momento no era consciente de que en realidad estaba cerca de mis límites.

Aún así hice deporte todos los días sin excepción, porque son mis principios y también eran los de ella. Lo resumía de la siguiente forma: “yo no me planteo si hoy voy al gimnasio o no, simplemente voy. Es como plantearme si voy a dormir o no, no tiene sentido”. Y claro, con esa actitud y su personalidad, como se comprenderá, hizo unos amigos excepcionales en el gimansio que fueron a visitarla varios días.

Pero como era previsible, la condición física de mi madre sufrió una decadencia bastante veloz y que sin duda le resultaba dolorosa, y no me refiero necesariamente a dolor físico. En este sentido me sorprendió la actitud de una amiga de mi hermana y mía de toda la vida -y hermana juramentada- quien le dio unos maravillosos masajes de cuerpo entero cada día que fue. Mi madre me refirió el valor que estos actos tuvieron para ella, por lo que he quedado en deuda de por vida.

Yo intentaba adaptarme un poco a su estilo de vida para que disfrutáramos momentos juntos. Veía sus concursos favoritos con ella, paseábamos algunos metros por el centro, y pasamos un muy buen rato viendo -como ya he señalado- interesantes programas sobre el museo del prado. Esto me da un poco de pena, porque solía decir que cuando se jubilase aprovecharía para ir constantemente a las diferentes exposiciones, fijas y temporales, y no ha podido ser ser.

En cualquier caso el empeoramiento era constante y ni eso iba a durar más que breves días. Según se iba sintiendo más débil su humor era peor, e incluso llegaba a ser en algunas ocasiones hiriente, cosa que ninguno le teníamos en cuenta porque incluso sin tener afectación cerebral -que la tenía- es totalmente comprensible. Llegó un momento en el que perdió toda autonomía, y como le daba vergüenza pedir ayuda a los enfermeros y auxiliares, sus hijos vivíamos un ritmo muy exigente. Había días en los que yo salía del trabajo y me iba al centro paliativo a dormir (y no dormía apenas), y vuelta a empezar. Lo único que seguía cumpliendo era, como ya he dicho, el credo del entrenamiento.

Un día había podido descansar en casa y me sentía razonablemente bien. Hacía un día bastante bueno y había salido a correr muy tranquilamente por entre los cultivos, y aunque ella estaba bien acompañada por sus hermanos, fui a pasar tiempo con ella. Y cuando iba conduciendo ya cerca del lugar tuve una sensación que no se definir bien, y me dormí. En realidad no tengo muy claro qué pasó, si simplemente el sueño acumulado me pudo, o si me sentí por un momento lo bastante relajado para morirme yo también. Me desperté cuando el coche se salió de la carretera e intenté recuperar el control del vehículo con un éxito intermedio. El lugar era abierto, así que ni el coche ni yo sufrimos ni un rasguño, lo que demuestra que es mejor ser afortunado que listo.

He pensado en esta experiencia porque no sentí mucho miedo, sino más bien un poco de culpa porque mi madre fuera a morir confusa y llorosa por un hijo muerto, o porque mi hermana tuviera que pasar por esto sin un hermano, o por dejar sin mí a otras personas que me quieren. La verdad es que estaba bastante apático, y no tengo claro cuánto de diferente ahora mismo.

Desde luego no le dije nada a mi madre porque ya tenía bastante con lo que tenía, y si hubiera tenido alguna gana de hacerlo, se me pasó al entrar en la habitación. Todos sus parientes tenían una cara de cirunstancias muy apreciable, y muy rápidamente conocí el motivo: mi madre se había pasado despierta desde las cinco de la mañana pensando en formas de suicidarse, y se las había contado a todo el mundo. Yo me quedé con ella a solas un rato después, y dejé que hablara.

-He pensado que me saques afuera en la silla de ruedas -me dijo-, y solo tienes que echarme un cubo de agua fría encima. Me moriré de hipotermia.

-Eso no es así, madre, por al menos dos motivos -le dije con una sonrisa-. El primero es que hoy hace un día estupendo, y el segundo, que en cualquier caso yo me he duchado en el jardín todos estos días y estoy estupendamente, así que siendo mi madre no creo que te mueras por esta nimiedad. Pero no te preocupes que yo me encargo de esto y de una forma o de otra, hoy se acaba.

Así que fui a hablar con su doctora, y tuvimos una conversación larga y bastante profunda en la que valoró sus síntomas y las circunstancias concretas. No la mató, como tendría que haber sido días atrás, sino que me dijo que la sedaría y que pasaría dormida el poco tiempo que le quedase. No es lo que ella quería, pero ya no sufriría. Tras entrevistarse con ella, todo quedó claro y preciso.

Si hay algo hermoso que llevarme de toda esta experiencia en la que casi muero yo mismo, fue la reacción de sus hermanos y familiares que estuvieron ahí día tras día y hora tras hora, incluidas las cuarenta y ocho siguientes en las que pudieron decirle unas últimas palabras. En realidad ya habían hablado de lo que tuivieran que hablar, pero por si su cerebro estaba procesando información y soñando, les dije que podían hablar con ella y decirles lo que consideraran oportuno. Todos tuvieron un tiempo privado con ella, y creo que fue positivo.

Y estando en esas lides, una enfermera nos dijo que tenía la saturación muy baja, y que sería cosa de horas. Estas se alargaron y llegó la madrugada en la que finalmente sus hermanos abandonaron el lugar encomendándome a llamarlos a cualquier hora, y finalmente nos quedamos únicamente Rubén (Sigeiror) y yo. “Queda algo por hacer”, le dije. Hablamos de algunas cosas durante un rato no muy largo, porque finalmente mi madre dejó de respirar. Le tomé el pulso (o mejor dicho, no lo encontré), y yo mismo constaté su final.

Quiero cerrar este texto con sus últimas palabras. Cuando la sedaron, estábamos sus dos hijos con ella y tuvimos unos gestos de aprecio que permanecen en lo privado antes de que se durmiera. Esas palabras, que permanecen en la privacidad, no fueron sus últimas, pues cosa de veinte minutos después se despertó parcialmente.

-Agua, agua -solicitaba con apremio. Estaba bastante ausente y no pronunciaba bien.

En cualquier caso la enfermedad le provocaba sed constante desde días atrás, y no se le calmaba con agua sino con manzanilla con limón que pacientemente preparaban en el centro. Así que mi hermana cogió una botella llena con pajita porque así sería más fácil.

-No, ¡no! -protestaba mi madre con frustración.

-No sé qué ocurre -decía mi hermana tan frustrada como apenada.

Yo me acerqué con un spray con un preparado similar que también tenía glicerina y que le venía muy bien para que no se le secara la boca.

-¡No, joder! ¡Agua! -me increpó.

-Esto es tu agua, madre -le dije, muy tranquilo-. Puedes beberla tranquilamente, vas a ver que rica -le dije cuando mi hermana volvía a acercársela, pero ella la rechazó una vez más.

-¡Esta no, la otra! -acertó a decir, quizá algo más consciente.

Así que me acerqué a la nevera y cogí la otra botella, a la que le quedaba un culín del preparado. Mi hermana se la acercó a la boca, y finalmente mi madre pudo calmar su sed.

Como ya he dicho, por encima de todo mi madre era una persona que amaba el orden, y no quería empezar la siguiente botella sin acabar la que tenía en uso. Yo no soy así, pero lo respeto. Y quizá les parezca una chorrada a los lectores, pero a mí me da qué pensar.

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11-12-2019 17:19
Por Sendel
Mucho ánimo Verion, no estas solo.
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11-12-2019 19:25
Siento muchísimo tu pérdida, Verion. Un abrazo enorme.
Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
11-12-2019 19:38
Gracias por compartirlo aqui. Ánimo.

Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
11-12-2019 21:05
Por dfluhr
Gracias por las confidencias. El recuerdo de una persona querida es un tesoro para el resto de la vida.
Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
12-12-2019 09:14

Mis más sinceras condolencias. La pérdida de un ser querido siempre causa consternación y comparto algunos de los sentimientos y sensaciones que expresas en el texto. Gracias por compartirlo.
Fuerza y entereza, Verion.
Un abrazo.


Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
14-12-2019 11:53
Mi más sentido pésame Verion. Un fuerte abrazo para ti y los tuyos. El texto me ha llegado y espero que, como poco, sirva para que puedas soportar mejor estos días.
Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
16-12-2019 13:09
Lo siento Verion.

Ahora ella descansa y tú debes seguir; mucho ánimo.
Re: La muerte de mi madre, como yo la viví
2-1-2020 11:43
Apenas te conozco y he sentido mucho tu pérdida.
mucho ánimo para tu y tu familia.
un abrazo

Bester